La China manchú del siglo XVIII era un estado hermético, cerrado al comercio internacional. La diplomacia británica se encontró en repetidas ocasiones con el rechazo chino a establecer relaciones comerciales. Prueba de ello fue la negativa del emperador Quianlong en 1794, a las peticiones británicas de libre comercio.
De hecho, este solo era posible a través de unos pocos puertos, entre los que destacaba Cantón. Al mismo tiempo, las trabas burocráticas y los aranceles complicaban las exportaciones a China.
Por el contrario, los chinos exportaban enormes cantidades de productos como porcelana, té y seda, los cuales eran muy solicitados en Europa. Sin embargo, este tipo de relación comercial perjudicaba a los británicos, pues además de los inconvenientes anteriormente mencionados, los chinos apenas demandaban los productos británicos, dado que veían una calidad inferior en los productos textiles de los que ellos consideraban como “bárbaros”.
Para empeorar las cosas, los chinos únicamente aceptaban pagos en plata. Y como sus exportaciones aumentaban año tras año, existía el riesgo de que las reservas inglesas se agotasen y no tuviesen el suficiente metal para respaldar su moneda. En semejantes condiciones, la balanza comercial presentaba un saldo claramente negativo para Gran Bretaña.
Desesperados, los británicos buscaron cualquier forma de abrir las puertas de China al comercio. Era imperativo para ellos corregir el desequilibrio. La solución la encontraron en el opio. Una planta que se cultivaba en la India. Gracias a que esta región se hallaba bajo control británico, se podía producir y exportar masivamente a China, que además se hallaba geográficamente cerca.
En China, el opio había sido utilizado como una planta medicinal. Sin embargo, podía resultar terriblemente adictiva. Así, rápidamente se extendió su consumo entre la población, hasta tal punto que los campesinos llegaban a gastar dos tercios de sus ingresos para comprar el estupefaciente. Tal fue el auge de esta droga que los británicos no sólo recurrieron a la producción de la India, sino que también introdujeron en China el opio procedente de Persia y del Imperio Otomano.
Para la década de 1830, los británicos exportaron unas 1400 toneladas de opio al año hacía el país asiático. El efecto dañino sobre la población y la economía china fue catastrófico. En poco tiempo el número de adictos se contabilizaba por decenas de millones, al mismo tiempo que el negocio del opio generaba un aumento de la corrupción.
En vista de tan grave situación, el emperador Daouang decidió tomar cartas en el asunto, prohibiendo el tráfico del estupefaciente en 1839. Así mismo, se ordenó la incautación y destrucción de más de 20.000 cajas de esta droga que estaban en poder de los narcotraficantes ingleses. Se estima que las pérdidas británicas alcanzaron los 5 millones de libras.
El propio gobierno chino enviaría una misiva a la reina Victoria, advirtiendo de la inmoral actitud británica, pues mientras ellos comerciaban con el opio en China, en Gran Bretaña, su venta estaba prohibida.
En respuesta, el gobierno de Londres acusó a China de destruir propiedad británica con lo que fue el principio de una serie de escalada de tensiones que terminaron por forzar la intervención militar británica. Entre 1839 y 1842, los británicos lograron derrotar a China en lo que se conoció como la Primera Guerra del Opio. Pudiendo así continuar con la comercialización de la droga...
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