Hace 434 años, el papa Sixto V colocaba un obelisco de origen egipcio en el centro de la plaza vaticana de San Pedro.
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La historia del obelisco egipcio de 25 metros de altura que el papa Sixto V colocó en la plaza de San Pedro, el 10 de septiembre de 1586, comenzó muchos siglos antes, cuando formó parte del circo privado del emperador Calígula, en el año 37 a. C.
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Situado en las inmediaciones de la capital romana, sobre la colina vaticana, el circo de Calígula, por entonces en construcción y más tarde terminado por el emperador Nerón, tenía como escultura central el célebre obelisco egipcio.
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Según la creencia tradicional, durante la época de Nerón, en inmediaciones del obelisco, habría sido torturado y crucificado el apóstol San Pedro, por lo que el monumento saltó a la historia como el testigo mudo.
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Hasta 1586, cuando Sixto V ordenó al arquitecto Domenico Fontana reubicarlo en el centro de la plaza de San Pedro, el obelisco sobrevivió a la caída del Imperio Romano y permaneció intacto en el mismo sitio.
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Trasladar el monumento, de más de 300 toneladas de peso, demoró un año y requirió el esfuerzo de 900 hombres, 75 caballos y un despliegue técnico de herramientas y sistemas que garantizaran su integridad.
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Originalmente, el obelisco estuvo coronado por una esfera de bronce que, según la tradición popular, contenía las cenizas de Julio César, un mito que quedó desterrado con la remoción de la ornamenta y la constatación de que estaba vacía.
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El papa Sixto V ordenó suplantar la bola de bronce con una cruz cristiana y grabar una oración de exorcismo sobre la base del obelisco egipcio para desterrar definitivamente la antigua superstición.
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Hacia el año 1817, el obelisco fue remodelado para transformarlo en un reloj solar, rodeado a la altura del suelo por varios discos de mármol para dar forma a una rosa de los vientos y una meridiana en la que la sombra marca el paso de las horas.
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La historia del obelisco egipcio de 25 metros de altura que el papa Sixto V colocó en la plaza de San Pedro, el 10 de septiembre de 1586, comenzó muchos siglos antes, cuando formó parte del circo privado del emperador Calígula, en el año 37 a. C.
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Situado en las inmediaciones de la capital romana, sobre la colina vaticana, el circo de Calígula, por entonces en construcción y más tarde terminado por el emperador Nerón, tenía como escultura central el célebre obelisco egipcio.
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Según la creencia tradicional, durante la época de Nerón, en inmediaciones del obelisco, habría sido torturado y crucificado el apóstol San Pedro, por lo que el monumento saltó a la historia como el testigo mudo.
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Hasta 1586, cuando Sixto V ordenó al arquitecto Domenico Fontana reubicarlo en el centro de la plaza de San Pedro, el obelisco sobrevivió a la caída del Imperio Romano y permaneció intacto en el mismo sitio.
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Trasladar el monumento, de más de 300 toneladas de peso, demoró un año y requirió el esfuerzo de 900 hombres, 75 caballos y un despliegue técnico de herramientas y sistemas que garantizaran su integridad.
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Originalmente, el obelisco estuvo coronado por una esfera de bronce que, según la tradición popular, contenía las cenizas de Julio César, un mito que quedó desterrado con la remoción de la ornamenta y la constatación de que estaba vacía.
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El papa Sixto V ordenó suplantar la bola de bronce con una cruz cristiana y grabar una oración de exorcismo sobre la base del obelisco egipcio para desterrar definitivamente la antigua superstición.
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Hacia el año 1817, el obelisco fue remodelado para transformarlo en un reloj solar, rodeado a la altura del suelo por varios discos de mármol para dar forma a una rosa de los vientos y una meridiana en la que la sombra marca el paso de las horas.