Imagina vivir en una época en la que beber sangre humana era considerado medicina, el sudor era un objeto de deseo y la orina… un detergente valioso. No es una historia de ciencia ficción, sino parte de la vida diaria en la Antigua Grecia y Roma.
Puede parecer que lo antiguo siempre fue sabio y avanzado para su tiempo, pero la realidad es que muchas de sus prácticas nos dejarían horrorizados hoy. Y no hablamos solo de gladiadores, templos o filosofías complejas: hablamos de lo cotidiano. De lo que comían, cómo se bañaban, y qué creían que los curaba. Y te advertimos algo: cuanto más leas, más te costará ver a esos antiguos sabios como ejemplos de civilización.
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Beber sangre de gladiador para curar enfermedades
Sí, como lo lees. Para los romanos, la sangre de un gladiador no solo era símbolo de valor, sino también de salud y poder. Se creía que esta sangre contenía una fuerza vital especial que podía curar enfermedades como la epilepsia o la impotencia. Algunos llegaban al punto de beberla directamente del cuerpo aún caliente del gladiador muerto.
El historiador Plinio el Viejo documentó que muchas personas asistían a las peleas de gladiadores no solo por el espectáculo, sino esperando una oportunidad para curarse. Según él, los más desesperados ponían su boca sobre las heridas de los gladiadores moribundos para absorber “la vida misma”.
Y no solo eso: el hígado de los gladiadores caídos también era un trozo codiciado. El médico romano Escribonius Largus escribió sobre espectadores que arrebataban partes del hígado aún caliente del campo de batalla con la esperanza de curarse. ¿La lógica? Que esos hombres eran jóvenes, fuertes y saludables, así que consumir sus órganos les transferiría vitalidad.
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Lavar la ropa con orina
Puede sonar asqueroso, pero en Roma la orina era un recurso valioso. Contenía amoníaco, un compuesto natural perfecto para quitar manchas y desinfectar. Las lavanderías romanas, llamadas fullonicae, recogían la orina de recipientes colocados en la calle donde los ciudadanos la depositaban voluntariamente.
Una vez recolectada, los esclavos pisoteaban las prendas en cubas de orina para limpiarlas. Era un método tan común y aceptado que incluso se impuso un impuesto sobre la orina (el vectigal urinae), implementado por el emperador Vespasiano.
De hecho, hasta el día de hoy en Francia los baños públicos a veces se llaman "vespasiennes" en su honor. ¿Quién pensaría que una necesidad biológica podía generar ingresos?
Sudor de atletas como perfume o medicina
En la Grecia clásica, los atletas eran tratados casi como dioses. Sus cuerpos eran símbolo de perfección y disciplina. Pero lo curioso es lo que ocurría después de entrenar: se raspaba el sudor, el polvo y el aceite que cubría su piel con una herramienta llamada strigil, y esa mezcla viscosa no se desechaba… ¡se vendía!
Este líquido, llamado gloios, era almacenado en pequeños frascos y usado por los fans como afrodisíaco, medicina o perfume. Se creía que tenía propiedades curativas y estimulantes. Era tan popular que los gimnasios incluso ofrecían el producto como recuerdo.
Comer cenizas de muertos para mantener su espíritu
En algunas sectas y rituales funerarios griegos y romanos, especialmente en prácticas más esotéricas, se consumían pequeñas cantidades de cenizas de los fallecidos, mezcladas con vino. La idea era que, al ingerir esos restos, se mantenía vivo su espíritu dentro del cuerpo del que los consumía.
Aunque no era una práctica extendida entre la mayoría de la población, sí se conocen referencias de este tipo de rituales en textos antiguos relacionados con el misticismo y ciertas creencias órficas.
El “beso” como saludo… pero en la boca
En Roma, los besos no tenían el mismo significado que hoy. Los saludos entre hombres podían incluir besos en la mejilla, pero también en la boca, especialmente entre familiares cercanos. No era un gesto romántico, sino una señal de respeto o jerarquía. De hecho, los esclavos tenían prohibido besar a los ciudadanos libres en la boca como saludo.
Incluso existían normas sociales sobre quién podía besar a quién y en qué lugar. Así, un padre podía besar a su hijo en la boca sin que esto tuviera connotación sexual, y una esposa a su esposo en público como señal de fidelidad.
Comer sentados... ¡en baños públicos!
Aunque suene incómodo, en Roma existían baños públicos con bancos compartidos, donde las personas no solo hacían sus necesidades, sino que conversaban, comían y hasta leían. No había divisiones ni privacidad, y se usaban esponjas compartidas en lugar de papel higiénico.
Lo más llamativo es que era considerado un lugar de reunión social. Ir al baño era, para los romanos, tan cotidiano como tomarse un café hoy.
¿Y por qué eran tan extrañas estas costumbres?
Para entender estas costumbres, hay que recordar que la ciencia médica, la higiene moderna y la visión de la privacidad eran conceptos muy distintos a los actuales. Muchas de estas prácticas tenían raíces en creencias religiosas, supersticiones o simples observaciones erróneas del cuerpo humano.
Hoy nos parecen repulsivas, pero en su contexto, eran soluciones lógicas para problemas cotidianos.
¿Qué pensarán de nosotros en el futuro?
Así como nosotros hoy nos horrorizamos ante estas costumbres antiguas, probablemente las generaciones futuras se asombrarán de las nuestras. ¿Usar plástico de un solo uso? ¿Trabajar más de 8 horas al día? ¿Comer alimentos ultraprocesados? Cada época tiene sus rarezas.